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«El desencanto del mundo»

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El Informe de Emociones Globales mide las experiencias positivas y negativas de las personas en todo el mundo. Desde 2006 y cada año (excepto durante la pandemia), Gallup pregunta a aproximadamente 150.000 personas, en más de 140 países, sobre las emociones que experimentan, brindando información sobre la salud emocional de nuestras sociedades; algo que los indicadores económicos ni las estadísticas recogen, a pesar de lo dispuestas que están las personas para compartir su estado de ánimo, según se constata en los trabajos de campo llevados a cabo.

Como recoge el propio informe, el estado emocional es algo fundamental de la existencia humana. Cómo nos sentimos afecta a los resultados de la vida y es un indicador definitivo de la salud y el progreso, tanto a escala individual como social. Si nos fijamos en las tendencias generales en todo el mundo, se puede observar qué poblaciones tienen un bienestar elevado y cuáles están experimentando una agitación emocional.

Pero acostumbrados a las tasas de desempleo, de mortalidad o al producto interior bruto de cada país; en cambio, sigue siendo sorprendentemente difícil encontrar información sobre una de las cosas más importantes: cómo se siente la gente. Lo que, entre otras cosas, provoca que pasemos por alto una tendencia inquietante que se desprende de este informe: el aumento global del malestar.

En 2021 hemos llegado al nivel más alto de preocupación, estrés y tristeza

En estos más de 15 años de registro, en 2021 –es decir, sin todavía la invasión de Ucrania–hemos llegado al nivel más alto de preocupación, estrés y tristeza; así como también al menor índice de motivos de alegría o de experiencias positivas. Es decir, las emociones negativas (el agregado de estrés, tristeza, ira, preocupación y dolor físico) han alcanzado su récord.

Concretamente, cerca del 30% de la población mundial dijo sentirse más triste, el porcentaje más alto jamás registrado; lo mismo que con respecto a la preocupación, que superó el 40% de la muestra representativa, algo tampoco constatado hasta ahora. Por ejemplo, un hombre libanés manifestó que su vida era “alquitrán”, para significar que no podía ser más oscura. Mientras que otro canadiense se quejó de su soledad y una trabajadora fabril vietnamita se echó a llorar porque nadie le había preguntado nunca por su estado de ánimo. Volviéndose alarmante la frecuencia con la que se han ido incrementando historias similares.

Hace quince años, antes del uso generalizado de las redes sociales, el 3,4% de las personas calificaba su vida con un 10 (la mejor vida posible) y solo el 1,6% lo hacía con un 0 (la peor vida posible). Pero mientras que, desde aquella, la proporción de personas con la mejor vida posible se ha duplicado (hasta el 7,4%), la de peores valoraciones se ha cuadruplicado (hasta el 7,6%); produciéndose, además, una creciente división (otra brecha) en el estado emocional de la gente, la más amplia en el seguimiento de Gallup.

Las redes sociales explican en parte por qué. A través de estas plataformas, los usuarios pueden ver que su situación no siempre es compartida; permitiendo la comparación como ningún otro medio y eso se sabe que fastidia. Sin embargo, este solo es uno de los factores detrás del aumento global de la infelicidad; ya que una quinta parte de los que la sufren en el mundo se encuentran en lugares donde no se accede a las redes sociales.

Según esta investigación demoscópica, hay muchos motivos que pueden hacer que las personas estén anímicamente mal, señalando que el aumento de la infelicidad global tiene cinco causas principales: pobreza, sociedades en conflicto, hambre, soledad y falta de un trabajo adecuado. Así, el 17% de las personas encuentran “muy difícil” sobrevivir con sus ingresos, una de las proporciones más altas registradas. Pero también 2.000 millones de personas están descontentas con el entorno social donde viven y que no recomendarían a nadie; lo que se etiqueta como “comunidades rotas”, donde las guerras o los populismos egocéntricos tienen mucho que ver, desde Siria a lo acontecido más reciente en Brasil, pasando por los intereses partidistas, aunque sea a costa de la convivencia, las instituciones o la democracia.

Nuestras emociones influyen en nuestras decisiones, acciones e incluso en la cognición, a veces para bien pero otras no. El malestar puede incluso hacernos votar diferente, según George Ward, un científico del comportamiento humano del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT). Tras décadas de investigación, dice que puede explicar el resultado de las elecciones y el aumento de las actitudes populistas simplemente observando el estado de ánimo de la población.

Así, aunque la pobreza sigue siendo el principal acicate para el sufrimiento global, a pesar de los grandes avances para abordarla y los recursos disponibles, el aumento del hambre en todo el mundo está empeorando las cosas. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), “la disminución del hambre en el mundo que duró décadas, lamentablemente ha terminado”. Si en 2014 casi el 23% de las personas en todo el mundo padecía una inseguridad alimentaria moderada o extrema; a principios del año pasado ese porcentaje superó el 30%.

La infelicidad mundial también está aumentando debido a la falta de satisfacción laboral

Otra crisis silenciosa que descubre este Informe es el de la soledad; la cual, entre otros efectos, se sabe que puede aumentar la presión arterial y disminuir la esperanza de vida, pues físicamente afecta al equivalente de fumar casi un paquete de cigarrillos al día. Además del hecho de que alguien tenga compañía no significa que sea buena, según Gallup, 330 millones de adultos en el mundo pasan al menos dos semanas sin hablar con un solo amigo o familiar; lo que también se traduce en que una quinta parte de los adultos (20%) no tiene a nadie para recibir ayuda. Algo que incluso está empeorando. De hecho, el Survey Center on American Life (Centro de encuestas sobre la vida estadounidense) en 2021 encontró que el 10% de las mujeres no tenían amistades cercanas, frente al 2% en 1990; siendo todavía peor en el caso de los hombres, entre quienes se ha quintuplicado la soledad, con el 15% sin amigos íntimos en 2021, frente al 3% en 1990.

También la infelicidad mundial está aumentando debido a la falta de satisfacción laboral. A pesar del salario, una persona que no está contenta en el trabajo es más propensa a experimentar emociones negativas –como ira, estrés y dolor físico– que otra desempleada. De hecho, según el informe, prácticamente uno de cada cinco trabajadores en el mundo está totalmente descontento en su ocupación; pero incluso entre aquellos que disfrutan con su empleo, la infelicidad crece, como se desprende de que, desde 2009, el estrés y la preocupación hayan aumentado constantemente entre la población activa de todo el mundo.

Aunque puede que todo esto no sea sorprendente, pues la humanidad sufre un gran conflicto europeo (además de otras guerras en curso), una inflación galopante o las consecuencias de una pandemia descomunal (y en esta ocasión no toco el cambio climático). Pero el director jefe de Gallup, Jon Clifton, ha dicho que esta situación, en la que la infelicidad se ha disparado en todo el mundo, comenzó mucho antes de estos hechos. Por lo que se deberían tomar medidas periódicas de satisfacción, al igual que ahora se publican cifras sobre el PIB, la mortalidad o el desempleo; ya que, como dice Clifton, “la ignorancia de la miseria no es dicha”.

* El título de este artículo podría ser “Malestar general” o “Aumento de la infelicidad en el mundo”, pero lo he extraído de la obra La ilusión occidental de la naturaleza humana, del antropólogo Marshall Sahlins, muy crítico con nuestra sociedad y que viene a decir algo en lo que insisto en los volúmenes del “Tratado existencial”:

Todo este conjunto de “realismo” y “naturalismo” ha sido encomiado como “el desencanto del mundo”, aunque en realidad lo que se quiere decir es la sociedad encantada por el mundo, por el simbolismo del cuerpo y la materia en lugar del espíritu. (2011: 101-102)

Dedicado a Nacho Vázquez

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