España tiene un problema con la energía, un país lleno de renovables que consume poca luz

Todo el mundo tiene la receta, pero nadie sabe cómo aplicarla; y el resultado es que la demanda eléctrica está en caída libre a la par que se han invertido miles de millones en renovables para su generación

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El sector energético en su conjunto se mira de reojo. Todos saben lo que pasa. En 2013, según datos de Red Eléctrica, la demanda eléctrica en España fue de 260.500 GWh. En lo que va de 2023, se ha consumido (120.000 GWh) un 4,4% menos que en el mismo periodo del año anterior, y se espera que a final del ejercicio se esté por debajo de los 250.000 GWh, menos todavía que en 2022. Las alarmas ya han saltado. Sobre todo para las empresas.

Esta situación tiene unas causas activas, y otras pasivas. En cuanto a las directas para que estemos en consumos mínimos de la década, destaca como algo esencial la caída en la demanda eléctrica de la industria electrointensiva. Debido a la crisis energética del año pasado, muchas empresas han reducido producción. Otras, directamente, han detenido sus fábricas.

Junto a esto hay otras causas que tienen más o menos peso, pero lo tienen. Por un lado, la mayor eficiencia en los procesos de consumo. Eso ha llevado a que se pueda producir casi lo mismo, pero con menor energía. Por otra parte, la introducción progresiva del autoconsumo, residencial y sobre todo empresarial, ha llevado a una menor necesidad para el sistema en su conjunto.

A esto se han sumado unos precios disparados como consecuencia de la guerra en Ucrania, así como unas condiciones meteorológicas que requieren de menor consumo de energía eléctrica en los inviernos. Y así, en suma, todos estos factores conducen a que en estos momentos no se necesita tanta luz. Pero rápidamente surge un problema. Año a año las grandes -y no tan grandes- empresas energéticas amplían su capacidad de energía renovable para producir electricidad. ¿Y quién la va a consumir?

Unas recetas claras

El Gobierno lo tiene claro. Los expertos lo ven sencillo. Y las empresas abogan por ello. Así, en negro sobre blanco, no parece que exista mucha complicación. La manera de aumentar la demanda eléctrica es, precisamente, electrificar la demanda. Un juego de palabras básico, pero que nadie sabe muy bien cómo desarrollar.

Surge el almacenamiento como una solución. De hecho, la gran solución. Toda esa cantidad de energía renovable se consigue almacenar con las tecnologías que hay en desarrollo, y así se empieza a depender cada vez menos del respaldo del gas natural o la energía nuclear. El problema es que económicamente cuesta. Y en la ecuación de higos y brevas, si los higos son las renovables, y las brevas el almacenamiento, la caja de las empresas da para ir a por una de las dos cosas.

El problema es que este modelo conduce a producir y consumir. Pero el consumo, como reflejan los datos, no se reactiva. La siguiente solución pasa por aumentar las interconexiones con otros países, principalmente Francia. Otro problema. En estos momentos se trabaja en algunas alternativas, como la del Golfo de Vizcaya, pero va más lento de lo esperado.

Por último, otra clave esencial: la electrificación del consumo residencial. Esto, básicamente, se centra en el desarrollo del vehículo eléctrico. Otro hueso donde se ha pinchado sin alternativas. La falta de infraestructura, los precios… todos saben por qué no avanza la movilidad eléctrica, y la única realidad es precisamente esa, que no avanza.

Aunque existe una bola extra. Desde los ambientes más liberales sugieren que se podría reactivar la demanda con bajadas de precios. Esto se llevaría desde la carga impositiva, la eliminación de algunos cargos y peajes; pero el resultado final devuelve a la activación de la demanda, que no se sabe cómo captarla.

¿Y las empresas qué dicen?

Las empresas miran por su caja. Ahora mismo están preocupadas, pero solo a medias. Con muchas menos demanda son capaces de mantener los ingresos. El aumento de precios les ha llevado a que, más o menos, sean capaces de ser competitivos.

El problema, y algunos alzan la voz, es que la inversión renovable no cesa. Además, dentro de 2-3 años se espera un desplome de los mercados mayoristas. Y eso sí les va a hacer ingresar menos, pero, sin embargo, tendrán mucha más capacidad instalada para producir.

Las grandes energéticas son las principales interesadas en que la demanda se reactive. De lo contrario, su inversión millonaria en energía renovable puede verse golpeada.

¿Hace algo el Gobierno?

En principio, los gobiernos solo pueden proponer, sugerir o trazar hojas de ruta para conseguir la descarbonización. Así, el actual Ejecutivo español, en su Plan Nacional Integrado de Energía y Clima (PNIEC), precisamente explica que la clave es la electrificación de la demanda, con más interconexiones, almacenamiento… pero en un golpe de realidad apenas eleva la demanda eléctrica a 282.000 GWh.

Esta cifra para las empresas sería catastrófica. Aunque por el lado de la producción eleva la cifra a 358.000 GWh para 2023, partiendo de los 276.000 GWh. Esto se debe a la exportación, así como el desarrollo del almacenamiento, que computo en negativo con respecto a la propia demanda interna de usuarios residenciales y empresas.

El problema es que se trata de una pescadilla de dimensiones gigantescas que se come la cola. Las previsiones de producción son alentadoras. Y las empresas se congratulan por ello. Pero esas miradas de reojo van hacia la demanda. ¿De verdad se podrá exportar tanto?, ¿tan rápido crecerá el almacenamiento?, ¿se podrá vender al año un millón de coches eléctricos durante el próximo lustro?

El gran drama de todo esto serán los vertidos de la red cuando haya picos de producción renovable, pero no acompañe la demanda. Un reto para todo el sector y las administraciones públicas.

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