Puede ser el guión ideal para una película de catástrofes de cine B: un avión vuela en medio de una tormenta, un rayo le alcanza y explota en el aire. ¿Sería verdad?
Para nada: cada mil horas de vuelo un avión es atravesado por un rayo, y nadie se da cuenta. Y no es que los aviones estén construidos en materiales que resisten la terrible descarga eléctrica de un relámpago, sino que la aeronave cumple el principio de la jaula de Faraday.
Este físico y químico británico, estudioso del electromagnetismo y la electroquímica, postuló que el campo electromagnético en la región interior de un conductor es igual a cero, por lo que anula el efecto de los campos externos.
O sea: si una persona se coloca en una jaula metálica, y esta recibe una descarga eléctrica, los electrones se colocarán en la estructura externa, y no llegarán al individuo del interior.
La cabina del avión, así como la bodega y los tanques de combustible cumplen con el mismo precepto: cuando un rayo cae, recorre la superficie externa, pero los pasajeros ni se dan por enterados, o a lo sumo, percibirán un rápido fogonazo.
Para ayudar al rayo a disiparse, el avión cuenta con diversas mechas estáticas (que son esas antenas ubicadas en la punta de las alas) que permiten crear una trayectoria de conducción, y así la electricidad fluye sin problemas por el exterior de la aeronave, desde el morro a la cola, hasta que se desvanece en los descargadores de electricidad estática.
El avión no explotará y el combustible –si los depósitos están bien sellados- no tendrá consecuencias. Donde sí puede haber problemas es en el morro del avión, más exactamente en los sistemas de radar y navegación que allí se encuentran. Si algunos quedan alterados, los pilotos estarán obligados a realizar un aterrizaje de emergencia y reparar estos sistemas. De todas maneras, los aviones tienen dispositivos que protegen a los radares y otros instrumentos de los picos de tensión eléctrica.
Aunque parezcan más atemorizantes, los rayos son la menor de las preocupaciones en una tormenta: las turbulencias y los vientos fuertes son factores de riesgo más altos que estos fenómenos eléctricos.