Ya nadie te cree, Sánchez
Acierta The Times, no solo al describir a Pedro Sánchez como “temerario” y “autocrático”, sino también al señalar que la convocatoria de elecciones generales ha sido “una táctica desesperada para salvar su carrera política y detener los movimientos internos del partido en su contra”.
Quizá el 23 de julio sirva para enterrar a Podemos antes de que nazca Sumar. Quizá cierta modorra estival sirva para evitar un mayor descalabro socialista. Lo dudo. Sin embargo, nada de eso fue decisivo en la decisión de Sánchez. Él simplemente pensaba en salvar el pescuezo. Nunca ha rendido cuentas ante los españoles, tampoco lo iba a hacer ante su partido. Pelotazo arriba y convocatoria electoral.
Salvar un match ball
Ya había salvado un match ball. Llegaba vivo a las elecciones del domingo. En el pasado, hace 12 años, los barones socialistas habían obligado a José Luís Rodríguez Zapatero a renunciar a la reelección. Fue justo antes de unas elecciones municipales y autonómicas. ZP eran las siglas del descrédito y la toxicidad. No querían pagar el pato.
No obstante, esta vez el PSOE llegó tarde o, quizá, el PSOE ya no existe. Sánchez se aferró a la poltrona, al colchón y al Falcon, y el socialismo perdió prácticamente todo su poder territorial. Tras la inapelable derrota del 28-M, Sánchez actuó con rapidez y no permitió que se articulara una masa crítica en su contra. Disolvió las Cortes, nos llamó a las urnas y salvó otro match ball.
Sánchez nunca ha tenido un proyecto para España. Lo suyo es el cholismo político, ir partido a partido, tratando de sobrevivir sin importar el estilo. Pura táctica, la del Manual de resistencia. Entre lo útil y lo justo, nunca ha dudado. Justifica todos los medios. La política es, para él, aquello que le sirve para mantenerse en el poder. Punto. No hay tragedia. No hay sacrificio de principios, porque él no tiene principios que sacrificar. No observa una disyuntiva entre él y España, porque, para su persona, solo existe él. Es el principio y el final.
Sánchez se queda solo
El sanchismo es la política totalmente desvinculada de la ética, es la ambición que no respeta límites en su acción. Sánchez es un adalid del realismo amoral o, incluso, inmoral, porque parece regocijarse en la mentira innecesaria y en la humillación gratuita. Ha permitido a los delincuentes reescribir el Código Penal en su beneficio. Ha socavado todos los pilares de la democracia liberal. No obstante, todo tiene un límite. Sánchez se va quedando solo. Mató (políticamente) a quienes le auparon al poder en su partido. Y sus socios, a quienes tanto ha dado, le conocen demasiado bien. Ya nadie le cree. Ya nadie se fía.
¿Y qué hará Sánchez para salvar los muebles? Lo único que ha sabido hacer esta izquierda post-obrera, victimismo y polarización. Los socialistas iniciaron su pre-campaña sacando al dóberman a pasear. Los españoles soportaremos estoicamente dos meses de una matraca antifascista sobreactuada e inverosímil. Compararán a Feijóo con Trump, y a Abascal con Putin. Sánchez seguirá presentándose, con voz falsamente afectada, como víctima de una conspiración. Ya ha anunciado una campaña “más feroz; de suciedad y mentiras”. Sí, las suyas. ¿Ola reaccionaria? Sí, la suya.
Proyecta sobre otros aquello que él es. Sin embargo, la conspiranoia diseñada y financiada por la Moncloa tendrá un alcance limitado. Los españoles ya gozamos de suficiente experiencia descifrando la retórica populista. Dividir la sociedad entre demócratas y fascistas dejó de funcionar en Cataluña. No le sirvió a Pablo Iglesias en la Comunidad de Madrid. Y sonará a burda y cínica maniobra en boca del presidente que pactó con Bildu y ERC. Son demasiados años de mala política y tensión subvencionada. Sánchez lo apuesta todo al miedo y al odio, pero este cuento ya no da más de sí.