Volver a hablar
El 24 de julio, después de la resaca electoral y los votos escrutados, despertaremos compartiendo país con todos. El resto de fuerzas políticas y sus simpatizantes también estarán aquí. Hace poco, mantuve una conversación con un amigo, militante y miembro de un partido de izquierdas, quien se mostró indignado con los pactos del PP y Vox en ayuntamientos y Comunidades Autónomas.
En su frustración, lanzó una afirmación generalizadora que me erizó y me hizo reflexionar: «son todos unos fascistas”. Quedé perplejo ante cómo alguien que conoce la dinámica interna de un partido político podía caer en tal simplificación. Mi conclusión: ha caído en la trampa.
Es urgente evitar la tendencia a etiquetar a todos los seguidores de un partido político con estereotipos y términos simplistas. Esta visión sesgada y reduccionista oculta la complejidad de la realidad social que caracteriza a cada partido y a sus votantes.
Realidad política
Es peligroso simplificar en exceso una realidad política que se presenta como un mosaico diverso y multifacético. Considerar a los partidos como entidades uniformes niega la complejidad del pedazo de sociedad del que emergen. No todos los votantes de un partido político comparten una misma ideología, y trasladar automáticamente el ideario de un partido a cada uno de sus seguidores carece de base lógica. No todos los votantes de Vox añoran una dictadura fascista, de la misma manera que no todos los seguidores de Sumar son comunistas. Estas generalizaciones solo perpetúan la polarización y el enfrentamiento.
En este contexto, resulta lamentable escuchar a líderes políticos dirigirse con palabras fuera de tono y recurrir a insultos hacia otras formaciones políticas y sus seguidores. El nivel de agresividad que pudimos escuchar esta campaña, de la jaula de grillos de Twitter e incluso incidentes en la calle, superó lo visto en elecciones anteriores. Para conseguir unos cuantos votos estamos profundizando las divisiones en la sociedad y dificultando cualquier posibilidad de diálogo constructivo.
La polarización se ha convertido en un arma que los partidos políticos utilizan para movilizar a sus votantes y a los indecisos. Sin embargo, también debemos reconocer que parte de esta crispación social tiene su origen en las redes sociales, cuyo modelo de negocio se basa en mantenernos enganchados a través de contenidos polarizantes. Se nos ha juntado el hambre con las ganas de comer. Si seguimos por este camino, ¿qué tan profunda será la polarización social en las próximas elecciones generales? ¿Qué tanta violencia veremos dentro de cuatro años?
Herramientas para entender la realidad
Como sociedad, es imprescindible que busquemos nuevas herramientas para entender una realidad cada vez más compleja, más rica en matices y sensibilidades. Una caja de herramientas que nos permita reconstruir un diálogo real; entablar conversaciones desde la empatía y no desde el rechazo. Debemos volver a hablar con argumentos y no con memes.
«Es el momento de elevar el nivel de debate y construir puentes en lugar de levantar muros»
El camino hacia una sociedad cohesionada y enriquecida por la diversidad de pensamientos y perspectivas requiere de un esfuerzo colectivo, de una disposición a dejar atrás los prejuicios y de una apertura al diálogo, tanto al hablar como al escuchar. Es momento de elevar el nivel del debate, de reconstruir puentes en lugar de levantar muros. Solo así podremos construir un país más fuerte, más resiliente y capaz de superar los desafíos que se presenten en el futuro.
Es un buen día para reflexionar sobre cómo hemos llegado a una dialéctica tan destructiva. Y, aún más importante, debemos cuestionarnos cuándo decidimos que la solución era vencer en lugar de convencer. Una vez más, y como otras veces en el pasado, los españoles pueden ofrecer una valiosa lección a la clase política. Volvamos a hablar.