Los silencios de Felipe y la cháchara de Zapatero
Es difícil dar con dos personalidades más contrapuestas que las de los dos expresidentes del Gobierno socialistas (anteriores al actual) que ha habido en nuestro país desde la Constitución de 1978: Felipe González y José Luís Rodríguez Zapatero.
Es cierto que ambos gobernaron en períodos distintos, con realidades políticas y sociales de diferente complejidad, y también cada uno tuvo sus propias urgencias. Pero tanto su llegada al Gobierno, como su acción durante el mismo, y hasta su retirada después, marcan caminos no ya distintos, si no se podría decir que diametralmente opuestos.
Vaya por delante que no se trata de hacer (otro) ejercicio de comparación entre un PSOE pretendidamente “bueno” y otro “malo”. Los partidos políticos (no haría falta insistir demasiado a la vista de lo ocurrido en los últimos años) tienen más de cáscara vacía que de identidad propia: son aquello en lo que los conviertan sus dirigentes en cada momento. Los partidos, al final y al cabo, son instrumentos para llevar a cabo un proyecto político, pueden hacerlo posible o inaccesible, pero son mucho más forma que fondo.
Los partidos, al final y al cabo, son instrumentos para llevar a cabo un proyecto político
Hecha esta salvedad, hagamos un somero y desapasionado ejercicio de comparación entre los dos dirigentes.
Felipe ganó las elecciones de 1982 con el mayor apoyo electoral nunca recibido: el 48 por ciento de los votos (con más de 20 puntos de diferencia con respecto al siguiente partido) y 202 diputados. Zapatero ganó en 2004 in extremis: con menos de 5 puntos de diferencia y 164 diputados. Las últimas encuestas publicadas lo situaban alrededor de 5 puntos por detrás. Solo la conmoción provocada por el peor atentado de nuestra historia (unido a la gestión del mismo por parte del Gobierno), provocó un vuelco electoral sin precedentes.
Felipe dedicó sus primeros años de Gobierno a estabilizar la economía, la reconversión industrial o la reforma militar (un delicado mecano que se ejecutó con precisión quirúrgica). Los temas más divisivos para la sociedad española se aparcaron en sus primeros años. Gracias a este enfoque, Felipe recibió en su investidura, además de los 202 diputados socialistas, el voto favorable de los 4 diputados del Partido Comunista y los 2 del CDS. Es decir, apoyaron a Felipe tanto Santiago Carrillo como Adolfo Suárez.
Zapatero, en cambio, pese a lo excepcional de su victoria electoral, solo buscó los apoyos de la izquierda: le apoyaron en su investidura ERC, IU, BNG y la Chunta -además de CC, que nunca falla a su cita con el ganador-. Durante sus primeros años, Zapatero apoyó la reforma del Estatut catalán sin contar con el primer partido de la oposición y abrió también sin consenso político una negociación con la banda terrorista ETA. Promovió la ley de memoria histórica, y lo hizo con la aritmética que según confesión propia más le gustaba: aislando al Partido Popular, que se quedó solo en su rechazo.
¿Es mejor dedicarse a reformar el país, cuando se tiene una mayoría absoluta, o a desenterrar todos los fantasmas nacionales, cuando se tiene una mayoría precaria? Nada es negro o blanco, todo depende del cristal con el que se mire.
Felipe González dedicó a la construcción europea una parte importante de su acción exterior. Primero, completando el ingreso español en las Comunidades, y más adelante contribuyendo decisivamente al nacimiento de la Unión Europea. Su labor fue reconocida con el prestigioso Premio Carlomagno en 1993. Desde entonces, solo otro español lo ha recibido (Javier Solana, precisamente Ministro de Exteriores con González). Helmut Kohl, de familia política conservadora, le ofreció varias veces a Felipe presidir el Consejo Europeo, que declinó con el incontestable argumento de que no soportaba el clima de Bruselas.
La acción exterior de Zapatero tampoco estuvo exenta de hallazgos: promovió la llamada Alianza de Civilizaciones, con el persuasivo argumento de que el Presidente turco Erdogan representaba las mejores aspiraciones democráticas y el puente entre Oriente y Occidente. También se quedó sentado al paso de la bandera de EE. UU. en un desfile militar, gallarda actitud que todavía describe como una de las decisiones más valientes de su carrera política. En los últimos tiempos, Zapatero ha encontrado palabras de comprensión para el régimen de Maduro en Venezuela, ha alabado el papel de China en el mundo, y se ha mostrado favorable a una salida negociada a la guerra de Ucrania.
¿Es más importante la Unión Europea o la Alianza Civilizaciones, recibir el premio Carlomagno o resistir impertérrito en una silla mientras desfila la bandera de EE. UU., como Ulises ante el canto de las sirenas? De nuevo, no es cuestión de precipitarse en el juicio: cada época tiene sus propios afanes.
Los dos cambiaron de opinión. Felipe se había opuesto a la entrada de España en la OTAN, y cuando cambió de opinión convocó un referéndum para preguntarle a los españoles si apoyaban ese viraje. Zapatero aplicó los recortes que le exigieron desde Bruselas. Aunque cuando tocó pulsar la opinión de los españoles, ya no estaba. Ese marrón se lo dejó a Alfredo Pérez Rubalcaba.
Los datos también muestran ligeras diferencias: el PIB real español creció cerca de un 50 por ciento durante los gobiernos de Felipe, y un 4 por ciento en los de Zapatero. El número de empleados se incrementó en 2 millones con Felipe y se redujo en más de un millón con Zapatero. En algunos colectivos la evolución fue incluso más acusada: entre las mujeres, por ejemplo, la participación en el mercado laboral se incrementó en alrededor de 10 puntos durante los gobiernos de Felipe, y se mantuvo estancada durante los de Zapatero.
Estos días, ambos expresidentes han mostrado también sus muchas desemejanzas. Zapatero se ha erigido en una especie de portavoz bis del gobierno actual, y se pasea por radios y televisiones defendiendo a Pedro Sánchez y Yolanda Díaz. En ocasiones, tal vez con un énfasis desmesurado, también defiende su propia figura, como cuando atribuyó a su Gobierno la derrota de ETA, olvidando el papel de sus antecesores en el cargo (entre ellos, el propio Felipe González), el de las fuerzas y cuerpos de seguridad, y en cierto modo hasta el de las propias víctimas.
Felipe González, en cambio, ha preferido el silencio durante todo este período preelectoral, que solo ha roto para formular una propuesta tan razonable como desgraciadamente inverosímil: que si de las citas con las urnas el próximo 23 de julio no sale una mayoría capaz de formar gobierno, la segunda fuerza política se abstenga para dejar gobernar a la primera.
Sánchez respondió que aquello pertenecía a “otra época”
La propuesta, por cierto, es exactamente la misma que propuso Pedro Sánchez en un debate preelectoral celebrado en noviembre de 2019. Hace unos días, cuando Carlos Alsina le recordó esta propuesta, Sánchez respondió que aquello pertenecía a “otra época”. Como han transcurrido menos de cuatro años desde entonces (ni siquiera una legislatura completa), seguramente Sánchez se refería a que esa propuesta entonces le favorecía y ahora, en cambio, le perjudica.
Llevamos ya varias semanas de precampaña, y algunos sondeos sugieren un ligero repunte de los socialistas. De las muchas preguntas que se les podrían hacer a los votantes todavía indecisos, yo les haría esta: si se sienten más representados por los silencios de Felipe o por la cháchara de Zapatero.