Persiguederechas y salvapueblos
Cuando ya nos habíamos librado del intelectual comprometido –no confundan el intelectual crítico con el intelectual comprometido- aparece una cohorte de persiguederechas y salvapueblos que ocupan su lugar. No hay que descartar que el intelectual comprometido residual, que hoy forma parte de la categoría de fijos discontinuos o inactivos disponibles, se incorpore al círculo de los persiguederechas y salvapueblos. En cualquier caso, el copyright de dicho círculo pertenece al conglomerado de Podemos.
Siempre en posesión de la verdad
Cada época arrastra sus, más que figuras de la conciencia desgraciada, desgraciadas figuras de la conciencia. Nuestra época, por ejemplo, después de arrastrar la figura del intelectual comprometido, arrastra ahora la del persiguederechas y salvapueblos. Una figura, si bien se mira, que es la heredera natural de la primera. Una figura que habla en nombre de la razón universal y del pueblo, que interpreta el espíritu de los tiempos, que vigila la ciudad, que sabe dónde está el Mal, que siempre tiene a mano algún Apocalipsis con el cual asustarnos, que dispone de una receta para protegernos o salvarnos.
El persiguederechas y salvapueblos, siempre en posesión de la verdad, quiere que el ciudadano se avergüence de haberse instalado lo más cómodamente posible en un mundo injusto y pretende ser la expresión de nuestra conciencia crítica, modelo de conducta ética y hacedor de los gustos estéticos del consumidor de cultura. Una figura, en definitiva, que se concede el privilegio de pensar y decidir por nosotros.
Una cohorte de predicadores y fundamentalistas
A quien no lo haya hecho todavía, se le invita a perder la inocencia. Detrás del persiguederechas y salvapueblos se percibe la existencia de una cohorte de fundamentalistas y predicadores que son la expresión de un integrismo progresista -enfermo de verdades incuestionables, fiebre redentorista y afán excomulgador- que se ha instalado en España. Cohorte de personajes falsarios que mistifican la realidad y mitifican su manera de pensar, decir y hacer. Cohorte de personas engreídas que menosprecia la opinión contraria y cree en el papel anticipador –también, terapéutico- que le ha reservado la Historia.
Una suerte de pontificado del pensamiento que sólo obedece a sus propias pasiones e intereses, un conjunto de dictadores de la palabra y la conciencia que canonizan una verdad que no admite disidencia, un mandarinato intelectual y político que siega el pluralismo, una “democracia” que deja de ser reflexiva para convertirse en emocional.
Una dogmática que ofrece seguridades y autoestima. Pero, una dogmática que no es válida para entender el presente y buscar soluciones. El integrismo progresista –“por el amor de Dios, ¿quién te ha llenado la cabeza con estas camándulas?”, escribió Erasmo de Rotterdam– es uno de los peligros que nos acecha.
La reserva progresista de Occidente
En la España de hoy –la reserva progresista de Occidente-, el persiguederechas y salvapueblos criminaliza por sistema a la derecha –a veces también a la socialdemocracia-, al liberalismo, a la Transición, a los jueces, a los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad, al empresariado, a los distribuidores de mercancía, a los supermercados, a las eléctricas, a las entidades bancarias, a los medios que no informan con perspectiva de género, a la Unión Europea, a los Estados Unidos, a la OTAN, a la ayuda militar a Ucrania y un largo suma y sigue.
Unos persiguederechas y salvapueblos que mantienen buenas relaciones con Rusia e Irán –cosas de comunistas, neocomunistas, paracomunistas e integristas- y elogian las hazañas de los dictadores populistas hispanoamericanos. A ello, añadan las malas relaciones realmente existentes con la Constitución.
Unos persiguederechas y salvapueblos que señalan y acusan -¡vosotros sois los culpables!-, que embisten –la censura sin solución de continuidad y el escrache como modus operandi- y que hipotecan la política de quien pacte con ellos.
Todo ello invita a pensar que nuestros rancios progresistas persiguederechas y salvapueblos están preparando ya el Gran Escrache que se escenificará cuando la derecha liberal alcance el poder –si se da el caso- en este año 2023. (Entre paréntesis: nuestros persiguederechas y salvapueblos, a la manera de los intelectuales comprometidos de alto voltaje, suelen mantener unas relaciones excelentes con el Sistema. Si Bertolt Brecht estaba subvencionado por la URSS, nuestros coetáneos cobran del Estado.
La diferencia: el germano tenía una cuenta corriente en Suiza, vivía en una lujosa mansión a orillas del lago Scharmutzel y cuando se desplazaba por Estados Unidos lo hacía en limousine; nuestros/nuestras compatriotas se conforman con un chalet y un viaje en Falcon a Nueva York –para reforzar la agenda feminista- con foto en Times Square. En el gremio de los intelectuales comprometidos también hay clases).
Esos ángeles justicieros de salón
El compromiso del intelectual comprometido de ayer, así como el del persiguederechas y salvapueblos de hoy, tiene consecuencias nefastas. Su pretensión de reducir la infinita complejidad de lo real a la simpleza de sus consignas ideológicas, ha sido una de las causas de la por muchas circunstancias lamentable historia del siglo XX.
Probablemente, sin la ofuscación de quienes están convencidos de saber qué conviene a los demás, se podría haber reducido el dolor y la miseria de muchos. El dolor y la miseria que esos ángeles justicieros de salón han contribuido a incrementar. La historia nos ha enseñado que hay una cosa más peligrosa que un individuo poderoso: un individuo necio convencido de estar en posesión de la verdad.
La prudencia –una de las virtudes cardinales, como se sabe– aconseja eludir exacerbaciones y exaltaciones. Por ello, conviene rechazar el discurso del persiguederechas y salvapueblos que se mueve por espacios de ficción y que, como Jeremías, solo sabe lamentarse y maldecir.