Sin categoría

El obrero de derechas


A mí siempre me llamó la atención el aplomo y la seguridad incontestable con la que los líderes de la izquierda siempre se han referido a lo absurdo y tontuno que puede resultar un obrero de derechas. Se lo he oído de diferentes formas, que yo recuerde ahora, a gentes como Yolanda Díaz o Juan Carlos Monedero.

Para ellos es la cosa más natural del mundo que un obrero sea de izquierdas. Que un obrero sea de derechas, en cambio, resulta para ellos algo antinatural, inconcebible, destinado al fracaso y al cuestionamiento permanente. Y esa es una de las convicciones que, a mi juicio, le dan esa pretendida superioridad moral a la izquierda sobre la derecha.

La vicepresidenta segunda del Gobierno y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz. EFE/Ángel Medina G.

Que le dan o que se la toman, para mejor decir. La derecha, de ese modo, partidaria solo de los ricos, de sus beneficios y del engorde vacuno y porcino de sus prebendas, se vería reducida siempre en número, puesto que los ricos son pocos, mientras que los pobres, los pobres obreros, son muchos. La moralidad política avalada por el número, podríamos decir, sería el sello y la razón de la superioridad política de las izquierdas.

Pero claro, esa concepción del obrero lo primero que se me representa a mí es una concepción estática. Para la izquierda se supone que el obrero es una condición que se lleva de por vida, que se transmite de padres a hijos. Y es lo que más me llama la
atención.

¿Dónde queda la idea de progreso entonces? ¿En qué se traduciría la idea de progreso, de cambio, de avance siempre hacia adelante que caracteriza también a la izquierda, si en esa consideración que tienen del obrero no hay nunca cambios,
progresos, avances? El obrero de izquierdas es obrero de por vida.

Y así se entiende que se haga reposar en esa figura el centro de todas sus consideraciones. ¿Qué sería de la izquierda si hubiera muchos obreros que, en un momento determinado de sus vidas, dejaran de serlo? Pero no, para ellos los obreros nacen obreros, crecen obreros y mueren obreros y así ellos como sus padres y sus hijos.

Un obrero. Foto: Freepik.
Un obrero. Foto: Freepik.

El progreso entonces quedaría reducido a la mejora de sus condiciones de trabajo: a la posibilidad de que estudien, de que mejoren su vivienda, su sanidad, su educación, sus transportes. Pero siempre siendo obreros y por supuesto de izquierdas.

Estamos, entonces, ante una concepción estática de la condición humana y además paternalista. Porque si el hijo del obrero va a la universidad, luego, aunque esté formado y alcance una especialización de excelencia, seguirá también siendo obrero, con un buzo de otro color, incluso con traje y corbata, pero obrero, porque pertenecerá a una estructura donde quedará ubicado de por vida, como su padre y su abuelo.

Con la condición de clase social pasa lo mismo que con la condición de identidad nacional

La condición subalterna de por vida. Incluso aunque alcance a vivir en un adosado y ya no esté en la urbanización masificada donde vivió su padre o en el pueblo donde vivió su abuelo. La izquierda se nutre de esa condición subalterna del individuo, al que se le mejoran sus condiciones laborales pero siempre sin salirse de los límites de su clase.

Todo lo que no sea eso es ser de derechas o, lo que es lo mismo, facha. Un facha, a los ojos de la izquierda, es un individuo que se ha querido hacer a sí mismo pero que, por eso mismo, entra en un terreno peligroso visto desde la izquierda, porque va por libre, lo cual es la mejor manera para acabar siendo un egoísta, un insolidario y seguramente un prepotente.

Con la condición de clase social pasa lo mismo que con la condición de identidad nacional. La izquierda supone que la clase social es para siempre, es una condición que viene dada y la clase social obrera es mayoritaria en nuestra sociedad. Los números cantan, hay muchísimos más pobres que ricos.

Y por lo tanto un partido de izquierdas, que vela por los intereses de la clase trabajadora, siempre tiene asegurada su clientela y hará todo lo posible porque esa clientela permanezca fiel a sus principios y asuma su condición de clase trabajadora, de la que no puede salirse de por vida, a riesgo de quedar en una tierra de nadie, al albur de los intereses de la derecha, que ya se sabe que solo piensa en sí misma.

Ahora tener una identidad determinada es algo que se desea, que se quiere, que se aprende incluso

Y si metemos la variable de la identidad pasa otro tanto. Con una variación importante. Ahora la identidad, no sé si se habrán fijado, pero ya no es una cosa que nos venga dada de nacimiento. Si fuera así habría muy pocos vascos en relación a los que no lo son, en el propio País Vasco incluso. Ahora tener una identidad determinada es algo que se desea, que se quiere, que se aprende incluso. Pasa lo mismo que con la condición social: una vez que se tiene se queda ahí para siempre.

Los partidos de izquierdas y los nacionalistas consideran que la identidad social y cultural de sus abonados es inamovible. Uno nace o se hace solo vasco y solo de izquierdas y queda así de por vida. Es una condición necesaria y suficiente para que esos partidos llenen su vida de sentido y no solo eso, también de superioridad moral, respecto de los demás.