El liberalismo de masas
Continuando con el recurso al oxímoron iniciado en mi anterior artículo (“El obrero de derechas”), paso a denominar con este de “El liberalismo de masas” justamente lo que necesitaría, mejor dicho, lo que está pidiendo a gritos (o mejor a susurros, dado su carácter gallego), el presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, para ganar las próximas elecciones.
El liberalismo, siendo como es la base teórica que conforma nuestro sistema político, así como el de la práctica totalidad de las democracias que existen en el mundo, es la ideología más difícil que existe para ser inculcada a las masas. Y ello es así porque, por definición, estamos ante una ideología que solo apela al individuo, a sus derechos, a su actuación en política basada en la conformación de mayorías, así como al respeto de las minorías.
Cuando apelamos a esa masa voluble de individuos no lo decimos en sentido peyorativo
Todos los grandes artefactos políticos que integran los sistemas liberales, como son la división de poderes, la representatividad y la opinión pública libre, fueron elaborados pensando en la existencia de individuos autónomos y conscientes. ¿Y cómo se consigue eso? Ardua tarea, según nos enseña la historia.
Las elecciones generales, como la que está al caer en España, se ganan o se pierden gracias a una masa de individuos no adscritos por naturaleza o por necesidad a ningún partido político, pero que en su día dieron su voto a un partido y luego, cuando vuelven a votar, se lo dan mayoritariamente a otro. Se podría decir que son individuos de opinión voluble, pero bendita volubilidad, porque, si no existieran, la sucesión de elecciones transcurriría como en el México del PRI, partido que se mantuvo en el poder durante setenta años consecutivos.
Así es que cuando apelamos a esa masa voluble de individuos no lo decimos en sentido peyorativo. Se trata de individuos que, por definición, no son deudos, ni mucho menos esclavos de ninguna obediencia política. Gracias a dichos individuos, es por lo que se produce, periódicamente, una basculación, necesaria y suficiente, para que los resultados cambien de una elección a otra, basculación que viene dada, generalmente, por coyunturas desfavorables o por gestiones manifiestamente mejorables. Y ambas condiciones se han dado en la última legislatura, la del gobierno de Pedro Sánchez.
En los regímenes políticos donde hay liberalismo de masas tendríamos garantizada la alternancia política, que es la prueba del algodón de cualquier sistema que se precie de democrático. En España, la ideología liberal estuvo representada, desde el inicio de la Transición, por un partido, la UCD, al que pronto le siguió otro, el PSOE.
Mientras que el primero se conformó desde el liberalismo clásico, por aglutinación de líderes de diferentes grupúsculos liberales y demócratacristianos, el segundo se caracterizó por ser –salvo unos extremos que quedaron rápidamente neutralizados por el carisma de los nuevos dirigentes– un liberalismo social o social-liberalismo, o lo que se suele llamar, más propiamente, socialdemocracia, de modo que amplias capas de población (de votantes liberales en el fondo, de opinión libre e independiente), bascularon sin apenas esfuerzo desde la UCD mayoritaria inicialmente, al PSOE de Felipe y Guerra.
Ese PSOE, como es evidente desde el último mandato de José Luis Rodríguez Zapatero y sobre todo con Pedro Sánchez, está desaparecido en combate y lo que tenemos, en su lugar, es una amplia amalgama de izquierdistas de variado pelaje, y de nacionalistas vascos y catalanes adscritos todos ellos, sin ningún pudor, a la izquierda, procediendo algunos, en origen, como es sabido, de una derecha más extrema que el actual Vox, como es el PNV.
Dicha amalgama funciona con plena consciencia de tener que sumar fuerzas para conseguir un nuevo gobierno de Pedro Sánchez. De ahí la negativa tajante de este último, en el debate cara a cara con Feijóo, para acceder a lo que solicitaba el líder gallego: un gobierno basado en uno solo de los dos grandes partidos nacionales, PP y PSOE, que sea el que haya ganado las elecciones y que pueda gobernar con la aquiescencia del otro pero sin tener que recurrir a los extremismos. Nada más alejado de las intenciones de Pedro Sánchez, que ve en el juego con los extremos la única oportunidad de ganar o de hacer perder a su adversario.
No hay ideología más exigente que el liberalismo, puesto que demanda individuos libres, autónomos, conscientes y, sobre todo, celosos de su intimidad
El liberalismo en España (donde surgió el término y el concepto, no lo olvidemos: en las Cortes de Cádiz) y en todos los países donde arraigó, siempre fue cosa de la derecha, por eso no hay expresión más engañosa y falsa que aquella de Indalecio Prieto, uno de los grandes líderes del PSOE en tiempos de la Segunda República, cuando decía de sí mismo que era “socialista a fuer de liberal”.
Pero cómo se iba a poder ser de ninguna de las maneras socialista a fuer de liberal, si el liberalismo, cuando lo exprimes y lo llevas a su máxima expresión solo puede ser individualismo, mientras que el socialismo, para construir la solidaridad en la que se basa, necesita de altas dosis de paternalismo y de tratar a los individuos como masa fiel (nada de masa voluble en este caso) y diluirlos en el colectivo, hasta poner al colectivo por encima de los individuos, que es justamente de lo que huye el liberalismo como de la peste.
Se dice que España es mayoritariamente de izquierdas y que solo por los errores de la izquierda es por lo que, periódicamente, entra a gobernar la derecha
No hay ideología más exigente que el liberalismo, puesto que demanda individuos libres, autónomos, conscientes y, sobre todo, celosos de su intimidad. El individuo liberal, el auténtico, el clásico, reclama la representatividad como forma honrosa de librarse de la gestión de lo público –convirtiendo la política en una profesión respetable– para poder así dedicarse a la vida privada.
Nada que ver con el socialismo y el nacionalismo, que requieren individuos expuestos, entregados a la causa y en permanente estado de vigilia. Pero Feijóo ahora no se plantea estas disquisiciones teóricas. Él tiene una urgencia y lo que necesita es un liberalismo de masas que, con un ligero oscilamiento hacia la derecha, sin apenas peligro para quienes lo den, conforme así una nueva mayoría parlamentaria que le garantice el gobierno tras las elecciones.
Se dice que España es mayoritariamente de izquierdas y que solo por los errores de la izquierda es por lo que, periódicamente, entra a gobernar la derecha. Pasó con Aznar y la corrupción de los últimos años de Felipe González; pasó con Rajoy y la crisis económica de Zapatero y va a pasar ahora con Feijóo y el pandemonio de Sánchez.
Quizás sea verdad, porque la derecha, por definición, no tiene argumentos para apelar a las masas, solo sabe apelar a los individuos. En cambio, la izquierda, con su igualitarismo solidario, y los nacionalismos, con sus naciones imaginarias, lo tienen más fácil para arrastrar a las masas.
Pero el caso es que hemos llegado ya a tal punto de deterioro de nuestro sistema político, que solo cabe confiar en el liberalismo de masas para que haga, de nuevo, cambiar la tendencia. Y además, en esta ocasión, para ese liberalismo de masas, sería como volver de nuevo a casa.