La torpeza del populista
Creo que a estas alturas casi todos somos ya conscientes de la naturaleza intrínsecamente perversa del nacionalpopulismo, tanto del de extrema derecha como del de extrema izquierda y tanto de nuestro país como de cualquier otro de los de nuestro entorno.
También y a pesar de que sus declaraciones estén siempre preñadas de altos valores y bellos principios, casi todos sabemos que en su lista de prioridades el sospechoso interés general siempre va por detrás de sus supremos intereses personales, partidarios y electorales.
Lo que desconocíamos hasta ahora es que hay un elemento más que aúna todos los extremos ideológicos del nacionalpopulismo convirtiéndolos en hermanos siameses imposibles de ser distinguidos unos de otros: su torpeza infinita cuando llegan al gobierno, una impotencia coeundi que les impide articular incluso las políticas públicas que realmente desean poner en marcha.
A ver, ya teníamos alguna pista de que muy trabajadores no eran estos muchachos y de que se les daban bastante mejor las banderas, las manifas, las declaraciones altisonantes y las consignas, que la aburrida tarea de solucionar los problemas reales de la gente real, pero estas últimas semanas por fin han llegado las pruebas definitivas de la mayestática torpeza que les une.
Los primeros en demostrar su suprema ineptitud fueron los componentes de la siempre animosa muchachada podemita, concretamente el colegio mayor en permanente fiesta erasmus que tienen montado en el Ministerio de Igualdad. Un equipo que se juramentó con el loable objetivo de proteger a las mujeres de nuestro país de la violencia de género y que de momento ha conseguido el portentoso resultado de aliviar las condenas a casi 200 agresores sexuales (de mujeres), liberando incluso a algunos de ellos de la cárcel.
Y no es que lo tuvieran particularmente difícil, el estado, ya saben, nuestro leviatancito de andar por casa, dispone de una miríada de servicios jurídicos tremendamente eficientes a la hora de redactar leyes y decretos, equipos bregados en la tarea de dar cuerpo a los programas electorales de partidos con ideologías e inquietudes distintas y que siempre han cumplido su tarea con encomiable eficacia sazonados además por instituciones como el consejo de estado, cuya labor es servir de ayuda en estas labores.
Pero entre la chulería intelectual de los (y las) protagonistas, su nulo conocimiento de la administración, su infantil incapacidad de corregir sus propios errores y la desconfianza que siempre han demostrado en el aparato del estado la cosa es que el resultado de sus desvelos ha sido la que estoy seguro que la historia va a catalogar como la ley más lesiva para los intereses de las mujeres de la historia de nuestro país. Pura torpeza y pura lesión para sus intereses electorales.
Y como todo es susceptible de empeorar y supongo que envalentonados por el éxito de sus rivales, el otro extremo del populismo patrio tampoco les ha andado a la zaga, eso sí, dentro de sus más limitadas posibilidades.
Me refiero por supuesto a Vox y al ínclito vicepresidente de la Junta de Castilla y León, quien en un arranque digno de Pepe Gotera y Otilio y sin encomendarse a deidad alguna, se subió a un atril de la Junta Castellano-leonesa y en función de vicepresidente de la misma se lanzó a anunciar un plan antiabortista del que ante las preguntas de los periodistas, no supo dar por contestación nada más que la gloriosa frase de “Yo es que de embarazos no entiendo”, que ya hay que tener cuajo.
Un plan que al parecer, afortunadamente no existe en ningún lugar más allá de la calenturienta mente del tipo este, pero que si le dan ustedes votos, tiempo y atribuciones estoy seguro de que son capaces de armar con el mismo éxito que sus rivales y sin embargo correligionarios de Podemos.
Porque, ¿Ustedes encargarían el gobierno de su país a un partido tan torpe que no es capaz de poner en marcha una ley como la del “solo sí es sí” con todo el aparato del estado a su servicio o a un partido cuya figura pública más relevante es capaz de subirse a un atril a anunciar un plan que no existe sin siquiera pestañear?
Pues eso.