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Joan Fuster 

En el año que hemos despedido, se ha cumplido el centenario del nacimiento del gran prosista valenciano Joan Fuster, de forma que 2022 ha sido dedicado a glosar su memoria y su obra. Es pues, un buen momento para, de forma retrospectiva, valorar lo que ha significado y significa el personaje. Para ello me centraré en algunos aspectos de su obra, que considero especialmente importantes para su apreciación, especialmente por su repercusión social. 

Joan Fuster es un personaje muy incómodo para unos y demasiado cómodo para otros. Digo bien, “personaje”, en lugar de escritor, literato,…, porque tengo la impresión que, también en la conmemoración, se ha puesto demasiado el acento en su dimensión política, ocultando su valía intelectual. Por supuesto que dicha dimensión política pasa fundamentalmente por su pancatalanismo, objeto de las iras de los incomodados y del panegírico de los otros. Para los primeros, el estigma se resume en la expresión “Països Catalans”, cuya autoría, falsamente, se le atribuye. Fue en realidad otro valenciano, el jurista Bienvenido Oliver (1836-1912), quien creó el término hacia 1876. Otra cosa es que Fuster lo hiciera suyo, convirtiéndose en uno de sus principales propagandistas a lo largo de su vida. 

Repaso de su obra

Considero la expresión poco afortunada, independientemente de lo que se quiera significar con ella. Si se trata de definir la unidad lingüística, pienso que la rotundidad política del término no favorece la defensa de aquella. Quiero aclarar que, para mí, dicha unidad es incuestionable. Y lo es no por sentimentalismo, sino porque hay una ciencia, llamada romanística, que así lo dice. De forma que ponerlo en duda, me produce la misma reacción que, como biólogo, me genera el creacionismo o el diseño inteligente. La locución “Roma locuta causa finita” alcanza en temas científicos su pleno significado. Ahora bien, como no comulgo en absoluto con Herder, y mucho con Renan, considero que asimilar comunidad lingüística a nación es, como mínimo, una frivolidad. 

Leí la segunda edición de “Nosaltres els valencians”, que todavía conservo, la obra seminal (como se dice ahora) de Fuster, con 18 años, si no recuerdo mal, motivado por mi origen familiar. En perspectiva, pienso que se me escaparon muchas cosas. Pero otras las comprendí bien, estuviera o no de acuerdo con ellas. A mi entender, “Nosaltres els valencians” oscila globalmente entre la clarividencia y un esquematismo digamos herderiano, repitiendo la alusión anterior. 

En relación con lo primero, quiero destacar algo del libro que, en aquel lejano momento, casi me escandalizó, influenciado por el discurso dominante en Cataluña, mientras que hoy lo considero como resultado de una gran independencia de criterio por parte del autor. En la página 85 de la edición citada, a propósito de la supresión de los fueros por Felipe V escribe (traduzco): “En realidad, resultaba absurda la supervivencia de las legislaciones medievales de la Corona de Aragón en el seno de una monarquía absoluta… la de los Austrias”.

En definitiva, es reconocer que la estructura política de la Monarquía antes de 1714 era un puro anacronismo, a pesar de la visión idílica de ella que siempre ha intentado vender el neoforalismo, desde la versión carlista, a la nacionalista. Curiosamente, en esa falsa valoración, hay coincidencia con un neonacionalismo español que, a su vez, presenta a los Borbones poco menos que como unos vende patrias, transmisores de la leyenda negra, ignorando la gran labor modernizadora que representó el cambio de dinastía. 

Entre los desacuerdos consideré, ya entonces, una simplificación gratuita calificar a los valencianos de “catalanes”, a pesar de la aceptación de la citada unidad de la lengua. Pienso que dicha simplificación fue, y es, un gran error. Da origen a una visión, y propuesta (unidad política basada en la comunidad de lengua) que es globalmente rechazable, que ha contribuido en Europa a las mayores catástrofes. Pensemos en el pangermanismo, paneslavismo, etc… Es más, ha dado argumentos a la caverna, valenciana o no, para agitar el secesionismo lingüístico, invirtiendo los términos de la ecuación. 

Joan Fuster. EFE

Esa visión dogmática la remacha Fuster en el capítulo que titula “La dualitat insoluble”. Partiendo de la premisa que los valencianos no pueden alcanzar su plenitud como pueblo más que en el marco de los “Països Catalans”, considera que las comarcas de habla castellana constituyen un lastre para alcanzar dicha plenitud. Si la lengua es definitoria de la pertenencia nacional, eso lleva, implícitamente, a dar la consideración de valenciana tan solo a la población de los territorios repoblados por catalanoparlantes después de la conquista. En definitiva, es un proyecto de fragmentación de cómo constituyó el Reino Jaime I, estructuralmente consolidado bajo Jaime II (tan solo las comarcas de Requena y Villena son de adscripción, digamos reciente). 

En cualquier caso, y a pesar de mis desacuerdos, sigo pensando que es la obra de un gran ensayista y que fue, en su momento, necesaria y constructiva. Supuso un verdadero aldabonazo en la conciencia valenciana, que estaba históricamente en una de sus horas más bajas, llegando a negarse incluso la unidad del país, con la pretensión de desgajar la provincia de Alicante de sus hermanas, Valencia y Castellón de la Plana), para crear una llamada Región del Sudeste, con Murcia y Almería. Tanto o más ridículo el intento, ya que, en el ordenamiento jurídico del momento, las regiones eran inexistentes. 

De vivir, ¿repetiría Fuster los mismos argumentos? No me gusta especular a costa de los fallecidos. Digamos que desde el ya lejano día en que vio la luz la obra citada, han tenido lugar dos hechos que, como mínimo, le harían reflexionar. 

Por un lado, la constitución de una unidad política del territorio de las tres provincias, por primera vez desde los Decretos de Nueva Planta, en el marco del Estado de las Autonomías. Hecho que, a causa de la fecha de su fallecimiento, Fuster solo entrevió. Lo más parecido a la supuesta plenitud, que se ha alcanzado en centurias, ha sido en los límites de la antigua región virtual, respetando la aludida dualidad originaria, dejando al margen criterios etno-lingüísticos

Por otro lado, el fracaso rotundo del modelo pancatalanista, que no favoreció, ni mucho menos, ni la unidad de la lengua, ni su normalización. Desaparecido, o en situación residual, dicho modelo, la razón filológica se ha abierto paso, con el respeto debido a los particularismos, como se plasma en la abundante literatura que está viendo la luz.