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El regreso de Puigdemont

El procés separatista no solo fue un ataque a la economía catalana -expulsión de miles de empresas- y a la convivencia -éxodo aún no cuantificado de muchísimas familias-, fue también el más duro ataque que ha recibido nuestra democracia desde 1981. Y, sin embargo, ahora, solo 6 años después, pretenden que lo olvidemos.

Habrá que jurar que todo esto ha ocurrido, tituló acertadamente el periodista Rafa Latorre. Los clérigos del socialismo han pasado en un santiamén de negar la constitucionalidad de la amnistía a afirmarla con rotundidad e, incluso, con agresividad. Como si no existieran las hemerotecas. Como si no tuvieran vergüenza.  

Pedro Sánchez pretende reescribir la Historia al dictado del separatismo, así como ya cocinó el Código Penal al gusto de los delincuentes. “Quien controla el presente controla el pasado, y quien controla el pasado controla el futuro”, reza la famosa cita del 1984 de George Orwell.

De este modo, Sánchez pone el futuro de nuestro país en manos del prófugo Carles Puigdemont y sus adláteres. Otorga al separatismo un poder que los catalanes nunca les dimos en las urnas. Sánchez, con la complicidad de todo el PSOE, está hackeando la democracia española. 

Otorga al separatismo un poder que los catalanes nunca les dimos en las urnas

Este borrón es una traición. No es un “pasar página”, como prometía, Salvador Illa. Es un reescribir la página del procés en contra de sus víctimas. Así, en la neolengua socialista los golpistas pasarán a ser demócratas, y los demócratas, golpistas. Señalan a José María Aznar. Purgan a Nicolás Redondo Terreros. El derecho a disentir se evapora. Pronto saldrá más barata la malversación que la crítica. Pronto ovacionarán al que huyó de la Justicia en un maletero, y castigarán a aquellos que osemos decir “no en mi nombre”. 

Ante esta deriva procesista del gobierno de España, la sociedad no debería permanecer en estado líquido. Callar es otorgar, y mañana será tarde. La amnistía a unos delincuentes que prometen reincidir sería un golpe al Estado de derecho -es decir, a la democracia- peor que el del 2017. Sería el triunfo de la injusticia y el autoritarismo.

El eurodiputado de Jxcat Carles Puigdemont. EFE/ Pablo Garrigos

Por esta razón, es tan importante la participación en el acto del día 24 en Madrid organizado por el Partido Popular y en la manifestación del 8 de octubre en Barcelona convocada por Sociedad Civil Catalana. Solo la movilización de la dignidad pondrá coto a la insana ambición del actual presidente en funciones. 

Lo sabemos. A Sánchez le importa más el Falcon que España. Es inútil apelar su patriotismo o sentido de la moral. Tampoco cabe esperar más del PSOE. El sanchismo ha contaminado toda la estructura del partido. Ya solo piensan en términos del poder.

No parece que el PSOE esté calibrando correctamente el impacto emocional que significaría el regreso triunfante de Puigdemont a Cataluña

En este sentido, quizá sería interesante que no solo testearan lo que piensa actualmente la sociedad sobre la amnistía, sino que valoraran también cómo cambiaría el escenario social y político si se consuma la traición. No parece que el PSOE esté calibrando correctamente el impacto emocional que significaría el regreso triunfante de Puigdemont a Cataluña. Illa ya se ve presidente de la Generalitat, pero ese día podría cambiarlo todo. 

Puigdemont no es, ni de lejos, el president Tarradellas. Es justo lo contrario. Puigdemont no huyó de la dictadura, sino de la democracia. Se fugó de la Justicia y su objetivo es acabar con el Estado de derecho. Puigdemont nunca diría “ciudadanos de Cataluña”, porque el concepto de ciudadanía es extraño a su tradición política. Puigdemont no volvería para reconciliar la sociedad catalana, sino para humillar a quienes sufrieron el primer procés. Volvería para volverlo a hacer.  

El regreso de Puigdemont provocaría tensiones en el propio separatismo y aceleraría las dinámicas del radicalismo. Demostraría que la estrategia del “cuando peor, mejor” funciona. Los incentivos serían perversos. De hecho, antes de consumarse el regreso de su enemigo íntimo, Esquerra ya está exigiendo el referéndum. Ya está doblando la apuesta. Y esto no ha hecho más que empezar.

La división del separatismo no significará, en ningún caso, la moderación. Es una pena: hacía tiempo que la base social del nacionalismo había asumido que habían sido engañados por sus líderes, pero ahora Sánchez les dice que no flaqueen, que aprieten, que, con él, todo es posible, también el referéndum.