Del bisturí sobre mis hijos
De ficciones de autonomía y libertad hemos tenido una legislatura bastante prolífica. De hoy hasta que llegue el futuro me he convencido de empezar todas las alocuciones que haga con un rotundo “Yo, como padre…”. A eso me ha acostumbrado un espacio público en el que he tenido que escuchar a periodistas y políticas sin hijos, explicándome cuánto hay de bueno y cómo debemos celebrar que en España un niño pueda decidir en su infancia someterse a la agresiva medicalización y a la cirugía que remueva partes de su cuerpo infantil.
Pienso en Manel, Adriá o Carmen, explicándome que, de todas las opciones posibles, han sido ellos quienes han decidido de manera libre y voluntaria que quieren triturar sus pechos o sus genitales a cambio de ser vistos en su aspecto exterior como lo que les demanda la sociedad. La indignación real que siento en el pecho ante esa situación imaginada no es la melena de una niña pelirroja desde la que reconstruir la civilización, pero se le parece demasiado.
Empecemos con la Gestación Subrogada, Ana Obregón y la conversación pública de los periodistas, académicos y políticos que nos hemos dado. Ha sido reiterativo verlos actuar, crueles e ignorantes respecto del daño moral que causan sus afirmaciones, cuando como activistas digitales llevan subidos a la moda de la salud mental hace meses. Es este otro tema infinito en su profundidad en el que, entre que llegan al curro o cagan, buscan proyectarse como la buena persona que se imaginan ser mientras ponen tuits insultando a una mujer por vieja, ridícula y de derechas, que además es tonta y que sale con unas pintas de loca de un hospital. Ya saben ustedes que etcétera.
De la vida de Ana Obregón no sé nada, más que su trabajo, su sano sudar del coño de lo que la gente piense de ella y que ha perdido un hijo por culpa de una enfermedad demoledora. No sé nada más de ella. Pero sí sé que como padre yo me hubiera vuelto loco. Y que dudo de si mi ser volvería entero de ese viaje. En resumen, no me llegaría la camisa al cuello para andar poniendo tuits sobre personas que han vivido una situación como la de Obregón. Pero no soy periodista, ni académico, ni humorista de partido. Así que hay cosas que afortunadamente no tengo que hacer.
Tuits de obregón
La gran mayoría de los comentarios publicados y emitidos han ido sobre Obregón. Lo vieja, de derechas y loca que parece siendo empujada en silla de ruedas. No se ha escrito tanto sobre la madre biológica del niño, en este mundo de seres empáticos y de cuidadosos individuos preocupados por la salud mental. Que aquel verano, durante las olimpiadas, les vi yo a todos tuitear preocupados sobre Biles.
Decíamos sobre la madre biológica. La lectura ideológica de la izquierda nacional ya ha dictado de manera clara lo que es. Es víctima. Y por lo tanto merecedora de atención a su dolor. No creo que se la haya escuchado ni visto, y no tengo dudas sobre su condición, pero me sorprende que parece que es la decisión de gestar para otro lo que la convierte en víctima universal, mientras no la convertiría en víctima ni el aborto ni la eutanasia.
Déjenme explicarles que hace unos años pregunté a una inteligente filósofa de izquierdas, si sabemos que la pobreza conduce a las mujeres más vulnerables al aborto, la eutanasia, la prostitución y a ser vientre de alquiler, cómo es posible que dos de esas decisiones sean defendidas en lo ideológico como reflejos universales de la libertad y autonomía conquistada por las mujeres, mientras que las otras dos convierten a quien toma esa decisión en víctima universal y objetiva. Me es difícil entender el meandro. Creo que el imposible regate rompe caderas intelectual, el dibujo sincrético y desordenado que nos saluda, no es culpa de «nadie». Ni siquiera del PSOE. Sólo es constatación de que vivimos en una sociedad sin axiomas morales que permitan un orden permanente y claro. Así que hoy a los que aspiran a que el escándalo de la actualidad les salga a ganar les voy explicando un par de cosas: La gestación subrogada es inevitable en tanto sea «el consentimiento» el eter que marca la legitimidad moral de las acciones humanas.
Sobre las madres y padres que reciben hijos de madres biológicas, y se prometen cuidarlos, respetarlos y quererlos. Más allá de anécdotas de millonarios caprichosos, sé que la abrumadora mayoría de ellos están guiados por el amor. La experiencia me dice que tengo amigos que son padres, sensatamente imperfectos como yo, en esa situación. Y que, en este tema como en tantos otros, es mejor no perorar demasiado sobre categorías ideológicas que plantean universales. A mi edad no me importa tanto llevar razón sobre las cosas como atender de manera correcta a la decisión concreta que tengo delante. No digo que el debate activista o el sacrificado oficio de columnista no deba ser así, pero afortunadamente yo me puedo librar de esa tiranía.
Y con todo lo anterior, yo creo que la vida humana tiene elementos a proteger que muchos definirían como sagrados y otros definiríamos como axiomáticos. Mi mujer y yo tuvimos que abordar, juntos y tras una ecografía, ese dilema. Y los dos sentimos y reaccionamos a la misma evidencia afectiva y sentimental. Decidimos que: Lo que venga y como venga será lo que seremos. Y a otra cosa. Y al final no vino como nos dijeron que podía venir. Pero bien estuvo siempre también. Aclaro esto porque me apoyo en esa misma evidencia afectiva y sentimental durante este texto, la misma que me dice que cuando una mujer (o un hombre) se vende o se violenta en su humanidad hay algo que está mal en el mundo. Y que esa situación debe ser atendida, corregida y en la medida de lo posible evitada.
Claro que vivo en un mundo en el que existe la extensa realidad humana, y esta incluye comportamientos como la prostitución, la eutanasia, el aborto, el consumo de drogas, la pornografía o una innumerable secuencia de cosas que no porque las hagamos y sean reales debemos considerar que son buenas. Claro que soy un hombre adulto. Y sé que he hecho innumerables cosas que están mal a lo largo de mi vida. Y también sé que no quiero que sean legales. Y espero que la comunidad moral de la que formo parte me ponga difíciles las cosas a la hora de intentar pacificarme con mi peor versión. Por eso me vuelve loco la idea contemporánea de que como algo se hace, o peor como lo hacemos nosotros mismos, entonces es inevitable que lo positivicemos y constitucionalicemos.
Ese es el modelo detrás de Irene Montero y su pretendida regulación de las conflictivas relaciones sexuales hombre-mujer. Eliminar cualquier ambigüedad a través de las herramientas del Estado, reducir el campo de actuación de nuestra autonomía moral, perder en favor de lo político la capacidad de actuar que nos convierte en adultos. Lo siento, no creo que sea un Estado al que no veo más que como tonto con gorra y silbato quien deba a dirimir los debates morales que se presentan hoy en el campo.
En el mundo de ayer, el bienestar siempre pudo «comprar» hijos. No hace falta que recuerde aquel avión de niños africanos y los profesores franceses que organizaban su rescate. O los numerosos españoles que iban en los 80 y 90 a Latinoamérica y volvían con niños “rápidos”. O las divisas que mueven actualmente entre países el brutal y doloroso negocio de las adopciones internacionales. Quizás la gestación subrogada es una escisión acelerada entre lo que podríamos llamar las bases morales ligadas a las evidencias afectivas y sentimentales de las personas que viven una vida humana natural y la irrupción radical de un nuevo civitas contemporáneo basado en una conjunción «Neoindividuo» Ideología-Estado-Mercado. O quizás este párrafo es sólo chatarra lacaniana.
Desde la más profunda empatía y cariño. Mi generación, la de la priorización de la carrera profesional, ha levantado una industria mil millonaria alrededor de las nuevas técnicas de fertilidad en hombre, y (sobre todo) en mujeres. Que ven sus cuerpos tecnificados y medicalizados. Del dolor que causan esos tratamientos nunca se escucha hablar. De lo que sucede a quienes pueden permitirse esos tratamientos, o de los dolores de los que no pueden permitírselos, poco se habla. De a quién acaba beneficiando nunca toca hablar en la España de los 1,3 niños por mujer.
Pero volvamos al debate político. Que al final nos han dicho que la vida va de esto. De contar al ser humano a brochazos y dejar claro que yo soy mejor persona que usted. Y de nombrar culpables. La evidencia afectiva y sentimental me dice que la gestación subrogada está mal, porque afecta a elementos que veo como sagrados del ser humano y a la mercantilización de las personas. Pero es que yo tengo amigos que son padres gracias a la gestación subrogada. Y me corto las manos antes de escribir las mongoladas que han dicho sobre ellos numerosos participantes de la conversación pública en nuestro país. Porque les he visto con mis ojos. Los he visto cansados, sin dormir y preocupados por las malas noches que les ha dado su hija. Y aspiro a que sea mi experiencia (y no la ideología) la que configura mi criterio sobre la realidad.
Podemos predecir que nuestra sociedad el día de mañana tendrá capacidad para criar seres humanos en úteros artificiales. Y al parecer entonces ya no existirá dilema moral alguno, al no haber madre involucrada. Y estaremos contentos porque la tecnología nos permitirá definir las carácterísticas de nuestros hijos. Y podremos pedir niños de encargo, más pacientes, menos llorones, con un color exacto de pelo. Y ya no serán madres, sí no empresas, comercializando niños con un catálogo de especificaciones concretas. Siento el salto hacia el mañana, pero es casi inevitable deducirlo por la alegría de algunos. Ojo, sé que lo que voy a decir me convierte en una minoría en esta sociedad. Pero la descripción de ese mundo me aterra. Me produce pavor moral. Y no puedo evitar gritar.
Mientras el futuro llega, seguiré exigiendo respeto para todas las personas que forman parte de un proceso que sin embargo rechazo. ¿Les pedimos que sean precisamente los padres deseantes de hijos los únicos héroes morales contemporáneos que renuncien a sus deseos en mitad de una sociedad que eleva la voluntad a axioma legitimador de lo moral? ¿Es que acaso no hay prostíbulos abiertos hasta en el covid, a las afueras de cada pueblo y ciudad de este país? ¿Acaso no hay 100.000 personas que deciden abortar y que son celebradas como emancipación y triunfo de la voluntad? ¿Acaso no hay libertad en este país para pedir la muerte y que el Estado me la de?
Ni madres biológicas, ni padres deseantes, ni hijos nacidos son culpables de nada de todo esto. No es su decisión más que una consecuencia de algo más grande y profundo. Y transmutarlo en un perverso tropo ideológico, de recursos tácticos y declaraciones posicionales produce dentera. Porque estamos ante dilemas sobre qué significa ser humano. Y es evidente que ni tuiter ni la conversación pública es el camino correcto para buscar respuestas. Quizás sí estamos en el umbral de un algo. O sólo somos ciegos melancólicos intentando proponer un orden al caos de siempre.
En cualquier caso la brújula moral contemporánea del Gobierno, las grandes empresas, las universidades de élite y las herramientas del Estado nos propone que el norte magnético de la sociedad se debe orientar hacia la sostenibilidad, la reducción de la contaminación, las bicis eléctricas, la minoración del azúcar en la dieta, la activa promoción de hábitos saludables, los productos bio, los juguetes de madera asexuados y el pensamiento crítico contra esa industria agroalimentaria que explota acuíferos para producir… comida. La aguja de la brújula no se mueve, sin embargo, para señalar los efectos pancreáticos de administrarle medicación por décadas a un individuo, no señala como una pérdida la retirada de la capacidad gestante al administrarle bloqueadores hormonales en su adolescencia a un joven, o no encuentra entre sus intereses los beneficios que obtienen las empresas farmacéuticas al convertir a un niño en un sujeto medicalizado hasta el día de su muerte.
Si no hay reacción emocional ante la eutanasia o el aborto, entonces socialmente tampoco la habrá para la gestación subrogada
Yo, que entiendo que la responsabilidad ética hacia el dolor ajeno nos convierte en seres humanos, que entiendo la dignidad infinita que posee una persona afectada por el trastorno de disforia de género, no puedo pensar que eliminar partes del cuerpo de mis hijos es que pasen a estar completos. Recuerden campañas públicas institucionales que definen sujetadores, maquillaje y depilación como tiranías de la estética opresivas de una sociedad machista. Cómo se podría entonces considerar al bisturí de un cirujano removiendo partes de un cuerpo infantil como una institución liberadora. Disculpen que mi caótica memoria me recuerde que desde hace años el imperativo social dicta como inmoral aquello de cortarle las orejas y el rabo a un perro para modificarle en su estética.
Les reconozco pesimista que no creo que podamos reconstruir los axiomas a parches. O la vida es sagrada y misteriosa o no lo es. Si no hay reacción emocional ante la eutanasia o el aborto, entonces socialmente tampoco la habrá para la gestación subrogada. Dejemos que esto penetre en nuestra piel. La élite de nuestras sociedades no creen hoy de manera mayoritaria que el cuerpo de mis hijos sea sagrado. A lo más que llegan algunos nuevos clérigos como ejercicio trascendente es a practicar algún tipo fetichismo sobre su ideología.
No se preocupen ante el posible surgimiento de grandes sistemas. La ideología es hoy un producto sincrético y pret a porter, cuya única finalidad es afrontar la histeria y la neurosis ante una vida sin propósito. No tendría la cuestión mayor importancia sí los conflictos ontológicos sobre “ser mujer”, planteados como videojuegos nihilistas por la clerecía contemporánea, no implicaran el riesgo de que un día mi hija, como cualquier otra adolescente, pudiera encontrarse incómoda con su cuerpo y alguien le prestara un apoyo inmoral a la hora de romperlo.
La ideología es hoy mirar lo que dicen los demás para saber qué tuitear sobre Ana Obregón y la gestación subrogada, ponerte una foto de perfil sobre unas niñas raptadas por Boko Haram de las que nunca supiste su nombre y subir a redes alguna canción de los Beatles cada vez que haya un atentado en Bataclan. La polis lleva tiempo capturada por narrativas de comunicación sin correlato con el mundo real. Los gestores de la comunicación producen bullets, notas de prensa y contenido para redes que no significan nada. Claro que en un mundo así la portada del Hola no sólo puede sí no que debe marcar la agenda. Y si al final todo esto sólo va de cómo nos sentimos y me preguntan ustedes si prefiero dar la enhorabuena porque ha llegado a España la hija de unos amigos o cómo me siento al escuchar aplausos emocionados en un parlamento porque una chica depresiva de 23 años por fin pueda suicidarse a través del Estado, pues no tengo dudas sobre lo que me hace sentir mejor. Pero sigo sin respuestas.